Su rostro aniñado y siempre sonriente marcó a toda una generación en el cine de los 80 y los 90. A lo largo de varias décadas, Robin Williams fue el actor de comedia más popular y querido por el público de todo el mundo. Papeles como El Club de los Poetas Muertos, Jumanji o Señora Doubtfire le convirtieron en toda una estrella de Hollywood. Poseía un talento natural para la comedia, pero también una mirada tierna y especial que hacía que también triunfara en papeles más complejos, como en Jack, Despertares o El Hombre Bicentenario. Para muchos de los nacidos a finales de los 70 y principios de los 80, Robin Williams fue uno de sus mayores ídolos, el ser humano más gracioso y divertido del planeta. Sin embargo, como sabemos ahora, aquella imagen de felicidad absoluta no siempre se correspondía con lo que el actor guardaba dentro.

El 11 de agosto de 2014, una noticia sacudía al mundo entero. Robin Williams había sido encontrado sin vida en su apartamento de California. Al parecer, el actor se había suicidado. Había puesto fin a su vida después de pasar por numerosas adicciones y superarlas. Sin embargo, no pudo hacer frente a una enfermedad degenerativa que estaba abocándole a sufrir demencia. Su carácter alegre ante la cámara se combinaba con rachas de fuertes depresiones que el actor intentaba superar a través del trabajo. Williams, un “payaso” moderno que hacía felices a millones de personas con sus personajes, acabó siendo presa de la tristeza y del descontrol en su vida. Aquella tragedia dejó consternados a sus fans, y colocó de nuevo a las enfermedades mentales como un tema a debatir, después de tanto tiempo siendo tabú. El legado de Williams, por supuesto, ha terminado imponiéndose sobre este final tan desesperante y trágico, pero no por ello es menor importante hablar de su suicidio. Y es que las personas que sufren depresión o trastornos mentales muchas veces no encuentran la forma de hablar de su problema en público, por miedo o vergüenza.

La carrera de Robin Williams

Nacido en Chicago, en el estado de Illinois, en 1951, Robin Williams parecía tener muy claro desde bien joven que iba a dedicarse al espectáculo. Era un showman nato, y tenía una facilidad pasmosa para improvisar, sobre todo en la comedia. Pocos actores han sido capaces de crear personajes tan especiales, carismáticos y originales como los que el norteamericano desarrollaba. Su carrera comenzó a finales de los 70, actuando en pequeñas obras teatrales de comedia, y haciendo también monólogos por su cuenta. En 1980 protagonizó la versión en acción real de la popular caricatura Popeye, donde tenía un papel protagonista. Si bien la película no obtuvo el éxito esperado, sí que fue una gran carta de presentación para el mundo de Hollywood.

El verdadero estallido de su carrera llegó a finales de los 80, cuando consiguió su primera nominación para el Oscar por su papel en Good Morning, Vietnam. Luego llegarían películas como Hook, El Club de los Poetas Muertos, Jumanji, Señora Doubtfire o El Indomable Will Hunting, la que le permitió conseguir por fin su ansiado premio Oscar. En los años 90 no había un actor de comedia que pudiera hacerle sombra, y tal vez solo la irrupción de Jim Carrey pudo suponer una ligera competencia para Williams, que también iba alternando papeles más dramáticos y complejos. La década de los 2000 fue un poco menos exitosa, debido también a sus problemas con el alcohol, y se dedicó, en últimos años de actividad, a aprovechar su voz como actor de doblaje en numerosos films de animación. A pesar de que su fama fue decayendo, los espectadores siempre lo trataron con muchísimo cariño.

Uno de los actores más queridos de la industria

La mayoría de papeles que Williams interpretó en su vida tenían que ver con la comedia y el humor, presentándolo como una persona divertida, bonachona y buena, pura de corazón. Papeles como el de Peter en Hook o el de Jack en la película de Coppola dejaban claro que Williams era perfecto para hacer de “niño grande”. Esa ternura y esa bondad con la que dotaba a sus personajes le permitió ganarse el cariño del público, siendo un actor muy querido y admirado. Lo era también para sus compañeros, que no dudaban en alabar su vis cómica y su profesionalidad. En 1992 puso voz al genio de Aladdin en la versión del cuento oriental que Disney lanzó, y aquel papel le consagró no solo como actor, sino también como un icono popular.

Problemas de Robin Williams en su vida privada

La fachada que veíamos de Williams en sus películas, con personajes siempre divertidos y tiernos, contrastaba en buena parte con lo que había tenido que sufrir en su vida privada. Desde los años 70, el actor sufrió varias adicciones que mermaron su salud de forma notable. Al principio fue la cocaína, un hábito que logró dejar en los 80, tras la muerte de su buen amigo y también actor John Belushi, y el nacimiento de su primer hijo. Williams entendió que aquello había sido una llamada de atención, e incluso decidió también dejar de beber, ya que consumía alcohol con bastante asiduidad, algo que parece normal en Hollywood. Sin embargo, sus problemas continuaron cuando su carrera comenzó a decaer, mientras su vida privada zozobraba en distintos matrimonios.

La inestabilidad emocional de Williams se hizo patente sobre todo a mediados de los años 2000, cuando volvió a beber y decidió entrar en una clínica de rehabilitación, reconociendo que era alcohólico. Aquella revelación supuso una gran sorpresa para muchos, que tal vez consideraban a Williams como un hombre “perfecto e íntegro”. Trató de seguir con su carrera una vez recuperado, pero se centró sobre todo en la actuación de voz. La muerte de su hermano en 2007 también pudo afectarle bastante, pero sería el descubrimiento de una demencia degenerativa, a principios de la década de 2010, lo que acabaría por hundirle. Su situación pasó a ser bastante complicada y todo se resolvió, por desgracia, con su suicido en 2014.

El suicidio de Robin Williams

El cuerpo sin vida de Robin Williams fue encontrado el 11 de agosto de 2014 en su apartamento de California. Pronto trascendieron muchos detalles a la luz, como el hecho de que el actor se había quitado la vida ahorcándose con un cinturón. Los medios sensacionalistas, escudados en la fama de Williams, se lanzaron a especular sobre los motivos de su muerte. Recordaron sus adicciones, pasadas y más recientes, y sus problemas mentales, llegando incluso a insinuar que el actor era bipolar y había sido violento en sus relaciones sentimentales. La memoria de uno de los actores más queridos de Hollywood echada por tierra con su cuerpo aún caliente.

Pocos días después de su fallecimiento, su mujer, Sarah Schneider, lanzó un comunicado en el que confesó que Williams sufría una enfermedad degenerativa llamada Demencia con cuerpos de Lewy, una de las demencias más problemáticas y complejas que existen. Esa enfermedad atacaba directamente a sus neuronas y provocaba cambios de humor, así como la pérdida de recuerdos o de memoria al corto plazo. El actor tuvo que lidiar en sus últimos años con dicha patología, y parece que no pudo soportarlo más, quitándose la vida en la soledad de su vivienda. En 2021 ha aparecido un documental llamado El Deseo de Robin, en el que se cuenta la vida y sobre todo, los últimos días del actor, de una forma muy emotiva y conmovedora. No hay morbo en el documental, sino más bien una intención didáctica para dar a conocer estas enfermedades y mostrar cómo pueden afectar a una persona.